Antiguo Testamento

 

Para preparar la salvación de todos los hombres, Dios eligió al pueblo de Israel, a quien confió sus promesas. Le reveló -con palabras y con obras- que era el único Dios verdadero y también cuáles eran los caminos para vivir según su voluntad y alcanzar la salvación eterna. El término «Testamento» viene de la traducción latina de la palabra griega díatheke, que significa «alianza», y se refiere a la alianza o pacto realizado entre Dios y el hombre, por el que Dios se da a conocer y se muestra favorable al hombre, y por el que éste se compromete a reconocerlo como Dios y a cumplir sus mandamientos.

Los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo.

 

«Dios, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo» (Ibid., n. 16).

Por eso, los cristianos han de recibir devotamente los libros del Antiguo Testamento, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación.

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