El control del mar

El control del mar desempeñó un papel fundamental en la Tercera Cruzada al permitir el traslado de efectivos y provisiones a Tierra Santa. Además, fue decisivo en la conquista de Acre en julio de 1191, y permitió a Ricardo I reconquistar parte de la costa de Palestina.

Los árabes construyeron barcos de guerra al darse cuenta de lo necesarios que eran para conquistar el Mediterráneo. Se valieron de constructores autóctonos para construir y tripular los barcos que permitieron expulsar a los bizantinos de Egipto en el año 654, y para atacar Chipre, Creta, Podas y Sicilia. En el siglo VII, el gobernador del norte de África fundó unas atarazanas en Túnez, en las que se construyeron más de cien embarcaciones. Hacia el año 840, una flota tripulada por musulmanes del norte de África y la península Ibérica arrebató gran parte de Sicilia a los bizantinos. En el año 904, una flota árabe saqueó Salónica y durante el Siglo X los musulmanes fueron dueños y señores del Mediterráneo. Aunque sus barcos de guerra eran grandes, pesados y lentos, también eran estables y permitían navegar durante todo el año, a diferencia de los de los cristianos, que no se hacían a la mar en invierno. La mayoría de los barcos musulmanes servían a fines comerciales cuando no tenían que combatir, y se alquilaban libremente.

Hacia el siglo XII, los barcos europeos mejoraron, sobre todo los de los mercaderes de Venecia, Génova y Pisa, que competían por el control del Mediterráneo. El barco de guerra más extendido era el galeote, de casco alargado y estrecho, con poco calado y la posibilidad de desplazarse a vela o remando. También se usaba con fines comerciales. A partir de 1177, Saladino modernizó la flota egipcia para defender sus costas y atacar los puertos de los cristianos de Oriente. Importó madera de Europa e intentó reclutar tripulaciones experimentadas (un edicto de la Iglesia publicado en 1179 prohibía a los cristianos servir como capitanes o pilotos en embarcaciones musulmanas). Dicha modernización alarmó a los franceses, quienes temieron que quisieran atacar a los peregrinos y las costas de los territorios cruzados, tal como efectivamente hizo en 1182, cuando atacó sin éxito Beirut.

Tras las victorias del año 1187, Saladino recurrió a su flota para controlar la línea costera de la región Siria y Palestina. Tan sólo el almirante Margarit de Sicilia logró resistir en el norte, mientras que la flota de Conrado de Montferrat, con base en Tiro, la derrotó en el Sur. Para evitar el bloqueo de Acre durante el asedio de 1189 y 1191 Saladino hizo pasar sus barcos por embarcaciones cristianas llevando cerdos a bordo. Los cruzados se valieron de embarcaciones para transportar tropas y provisiones, y para atacar fortalezas musulmanas e incluso construyeron catapultas en ellas para convertirlas en plataformas combativas móviles.

Conrado venció en Acre, y selló el fin de la supremacía naval de Saladino en junio de 1191, cuando Ricardo I llegó a Tierra Santa con una enorme flota de barcos de guerra y transporte, con los que abasteció y protegió a los cruzados dispuestos a lo largo de la costa y mantuvo el contacto con sus bases y en agosto de 1192 liberó Jaffa.

Al morir Saladino en 1193 los soberanos de Egipto descuidaron el control del mar, pero aun así se vieron en la necesidad de contar con una armada con la que defenderse y atacar los enclaves cruzados.

 

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