La caída del Imperio Romano (Occidental) fue un proceso en el cual
intervinieron varios factores, los cuales terminaron por explotar tras
la separación del Imperio en 395 por Teodosio I, y caer
definitivamente en 475. Hemos dividido el trabajo en las
causas primeras y
las invasiones de
los pueblos bárbaros;
la caída del
Imperio Romano y el Cristianismo; por último nos referimos a la
bibliografía.
Causas
primeras
Desde hacía tiempo, la mitad occidental del Imperio Romano había
estado sumida en continuas guerras civiles por el poder, con generales
que se rebelaban cada pocos meses y se autocoronaban emperadores
alternativos, especialmente en Britania y las Galias.
Por lo tanto, tras los siglos dorados del Imperio Romano (siglos I y II), comenzó un
deterioro en las instituciones del imperio, particularmente la del
propio Emperador. Fue así como tras las malas administraciones de la
Dinastía de los Severos, en particular la de Heliogábalo, y tras la
muerte del último de ellos, Alejandro Severo, el imperio cayó en un
estado de ingobernabilidad al cual se le denomina Anarquía del siglo
III. Entre 238-285 pasaron 19 emperadores, los cuales incapaces de
tomar las riendas del gobierno y actuar de forma concorde con el
Senado, terminaron por situar a Roma en una verdadera crisis
institucional. Durante este mismo periodo comenzó la llamada "invasión
pacífica", en la cual varias tribus bárbaras se situaron, en un
principio, en los límites del imperio debido a la falta de disciplina
por parte del ejército, además de la ingobernabilidad producida en el
poder central, incapaz de actuar en contra de esta situación.
Imperio Romano |
Por otro lado, las guerras civiles arruinaron al imperio, el desorden
interno no sólo acabó con la industria y el comercio, sino que
debilitó a tal punto las defensas de las fronteras imperiales, que
privadas de la vigilancia de antaño, se convirtieron en puertas
francas por donde penetraron impunemente las tribus bárbaras. Las más
audaces fueron los pueblos germánicos, Francos y Godos, que
arremetieron contra el imperio, atravesando la frontera de los Ríos
Rin y Danubio.
Tras una breve "estabilización" del imperio, en manos de algunos
emperadores fuertes como Diocleciano, Constantino y Teodosio I, el
imperio es dividido definitivamente a la muerte de este último,
dejándole a Honorio el sector de Occidente, con capital en Roma, y a
Arcadio el sector Oriental, con capital en Constantinopla.
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Las invasiones de los
pueblos bárbaros
Al norte del imperio, más allá del río Rin, vivían diferentes pueblos
a los que los romanos conocían con el nombre de Germánicos. Se trataba
de diferentes comunidades (vándalos, suevos, burgundios, alamanes,
francos etc...) que a menudo rivalizaban entre sí. Vivían de la
agricultura, la ganadería y la metalurgia.
Durante muchos siglos, romanos y germánicos establecieron relaciones
comerciales y las formas de vida de los romanos atrajeron a muchos
germánicos. A lo largo del siglo IV, grupos enteros se acomodaron en
el imperio con el permiso de las autoridades romanas.
A principio del siglo V, las tribus germánicas, empujadas hacia el
Oeste por la presión de los pueblos hunos, procedentes de las estepas
asiáticas, penetraron en el Imperio Romano. Las fronteras cedieron por
falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir
que Roma fuese saqueada por visigodos y vándalos.
Cada uno de estos pueblos se instaló en una región del imperio,
donde fundaron reinos independientes. Uno de los más importantes
fue el que derivaría a la postre en el Sacro Imperio Romano
Germánico.
El emperador de Roma ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en
el año 476, un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un
niño de 10 años que fue el último emperador Romano de Occidente y
envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente. |
Pueblos bárbaros |
La Caída del Imperio Romano y el
Cristianismo
Las «invasiones bárbaras» constituyen un hecho de trascendental
importancia para la historia cristiana. Hasta entonces, la expansión
del Evangelio se había limitado prácticamente a los pueblos de cultura
mediterránea, con alguna rara excepción, como fue el caso de Armenia.
Desde finales del siglo IV, las grandes migraciones populares tuvieron
la virtud de poner en contacto con la Iglesia a todo un nuevo mundo
étnico y cultural: germanos y eslavos, magiares y escandinavos se
abrieron al Cristianismo en el curso de los siglos siguientes. Las
invasiones crearon oportunidades insospechadas de expansión cristiana.
Un contemporáneo -el hispano Paulo Orosio, discípulo de San Agustín-
acertaba a expresar con fe y lucidez este sentido providencial de un
acontecimiento que, a los ojos de tantos otros, aparecía como
irremediable tragedia:
«Aun cuando los bárbaros hubieran
sido enviados a suelo romano con el solo designio de que las iglesias
cristianas de Oriente y Occidente se llenaran de hunos, suevos,
vándalos y burgundios, y de otras muchedumbres innumerables de pueblos
creyentes, habría que alabar y exaltar la misericordia de Dios porque
hayan llegado al conocimiento de la verdad -aunque sea a costa de
nuestra ruina- tantas naciones que, si no fuera por esta vía,
seguramente nunca hubieran llegado a conocerla».
Bibliografía
- Orlandis, José;
Historia de la Iglesia. La Iglesia Antigua y Medieval.
- wikipedia.org. |