Nació en Anagni en 1235. Su padre, Lofredo, descendía de una
familia española establecida en Italia y su madre pertenecía a la
casa de Segni, que ya había dado tres Papas a la Iglesia. Estudió
Derecho en Todi y Bolonia. Ingresó en la Curia bajo Nicolás III
(abogado consistorial y notario apostólico). Martín IV le promovió
a cardenal diácono, con el título de S. Nicolás in carcere
Tulliano (1281), y Nicolás IV a cardenal presbítero, con el título
de los S. Silvestre y Martín del Monte (1291). El 24 de diciembre
de 1294, después de la renuncia de Celestino V, fue elegido Papa
en el Castel Nuovo de Nápoles. Murió en Roma el 11 ó 12 de octubre
de 1303.
El pontificado de Bonifacio VIII estuvo enteramente marcado por el
signo de la contradicción. Uno de los enfrentamientos más duros
fue con el rey francés Felipe IV el Hermoso.
En 1300 Felipe el Hermoso de Francia necesitado de dinero,
había impuesto una tasa sobre las rentas del clero. Este hecho,
visto por el Papado como una interferencia en los asuntos de la
Iglesia, respondía a los planteamientos regalistas de la corte del
rey francés, que ignoró las quejas del Papa y acusó de traición a
un obispo. Bonifacio promulgó entonces la bula Unam
Sanctam, en la que defendía la autoridad eclesiástica
y su independencia.
La bula papal de Bonifacio VIII, emitida el
18 de Noviembre de 1302 y en su primera parte trata
extensamente de la relación de los poderes temporales y
espirituales en la Iglesia
La bula establece ciertas posiciones dogmáticas acerca de la
unidad de la Iglesia, la necesidad de pertenecer a ella para
lograr la salvación eterna, y la obligación que de ahí se
deriva de someterse al Papa para pertenecer a la Iglesia y así
alcanzar la salvación. El Papa ahonda además en la supremacía
de lo espiritual en comparación con el orden secular. Y a
partir de ahí llega a conclusiones sobre la relación entre el
poder espiritual de la Iglesia y la autoridad secular. Las
principales proposiciones de la bula son las siguientes:
Primero, a partir de varios pasajes bíblicos y referencias al
arca del diluvio universal y a la túnica sin costura de Cristo
se declara y establece la unidad de la Iglesia y su necesidad
para la salvación. Enseguida afirma el Papa que la unidad de
la cabeza de la Iglesia, establecida en Pedro y sus sucesores,
es idéntica a la unidad del cuerpo de la Iglesia.
Consecuentemente, todo quien desee pertenecer al rebaño de
Cristo queda bajo el dominio de Pedro y sus sucesores. |
Felipe el Hermoso |
Enseguida aparecen algunos principios y conclusiones referentes al
poder espiritual y secular:
Hay dos espadas en poder de la Iglesia y ambas están en poder de
la Iglesia. La espiritual es utilizada por la Iglesia a través de
la mano del clero; la Iglesia emplea la secular a través de la
mano de la autoridad civil, bajo la dirección del poder
espiritual.
Una espada debe estar subordinada a la otra: el poder terrenal
debe someterse a la autoridad espiritual, pues ésta tiene
precedencia sobre aquél a causa de su grandeza y sublimidad; la
autoridad espiritual tiene derecho a establecer y conducir a la
secular, e incluso a juzgarla cuando no actúa correctamente. El
poder terrenal es juzgado por el espiritual cuando se desvía; un
poder espiritual inferior es juzgado por uno superior, y éste es
juzgado por Dios.
Tal autoridad, aunque se le otorga al ser humano y es ejercida por
él, no constituye una autoridad humana. Es una autoridad divina,
otorgada a Pedro por decisión divina y, así mismo, confirmada en
él y en sus sucesores. Quienquiera que se oponga a esta autoridad
ordenada por Dios se opone a la ley de Dios y, al igual que los
maniqueos, parece aceptar dos principios.
La bula tiene carácter universal. Su contenido hace una distinción
cuidadosa entre los principios fundamentales relativos a la
primacía romana y las declaraciones sobre la forma en que se deben
aplicar al poder secular y a sus representantes. En el margen del
texto de la bula se establece la última frase como su definición
verdadera: “Declaratio quod subesse Romano Pontifici est omni
humanae creaturae de necessitate salutis” (se declara, por tanto,
que es necesario para la salvación que cada creatura humana se
someta a la autoridad del pontífice romano).
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Enciclopedia católica
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