Breve biografía de San
Benito.
Montecassino y la regla de San Benito.
El Monacato.
El monacato y
la evangelización de Europa.
Bibliografía.
Breve biografía de San
Benito
Nació en el 480
en Nursia, provincia de Umbría (a unos 100 kilómetros de Roma).
Benito tenía una hermana melliza y única: Escolástica, que también
alcanzó la santidad.
De los padres
de Benito no sabemos casi nada, si bien parece que eran de clase
social buena, ya que pudieron enviar a su hijo a cursar estudios
en Roma. No se conoce exactamente la edad de Benito cuando marchó
a Roma. Roma vivía una época muy turbulenta, tanto social como
eclesiásticamente: asesinatos de reyes y de eclesiásticos.
En este
ambiente, Benito sintió el gran deseo de dejar el mundo para
retirarse al servicio de Dios. En aquella época ya se sabía
que en los desiertos de Egipto y Palestina se habían retirado
cristianos que llevaban una vida muy austera y de mucha
santidad. Benito, conocedor de estas noticias, se decidió a
seguir los ejemplos de esos santos anacoretas. Un día,
desapareció de la ciudad y marchó a Tívoli.
Vivió en el
desierto y conoció algunas de las comunidades de ascetas que
allí habitaban. Algunos no dejaban de presentar ciertos
defectos. El santo describirá más tarde en
su Regla
a
esos monjes que moraban de dos en dos, o de tres en tres, en
sus propias casas sin practicar regla alguna y viviendo a su
gusto
Benito
terminó por quedarse en una cueva que había de servirle de
morada por tres años: era Subiaco. Este paraje tan pintoresco
había atraído tiempo atrás a los amantes de la soledad, y en
el valle veían numerosas cabañas ocupadas por los ermitaños.
Su nombre se
hizo famoso en los alrededores de la santa cueva. Su fama
llegó hasta Roma produciendo honda impresión. Desde entonces,
muchos nobles romanos le entregaron sus hijos para que les
educase en la ley de Dios; con ellos pudo formar 12
monasterios con 12 monjes cada uno y su prelado
correspondiente, creando así una organización nueva en la
historia del monacato. |
S. Benito |
A instancias de
los monjes del monasterio vecino de Vicovaro, consintió en ser su
abad, pero la firmeza con que hizo observar la regla provocó
graves murmuraciones y hasta una tentativa de envenenamiento que
fracasó. Se despidió de ellos y volvió a su retiro.
Al tiempo
decidió por fin a salir de allí y llegó hasta Cassino. En el monte
que domina al pueblo, el santo encontró restos de idolatría,
evangelizó y convirtió a sus moradores, derribó los ídolos, y
sobre las ruinas de un templo dedicado a Júpiter levantó el
monasterio que había de ser la cuna de la Orden benedictina.
Murió San
Benito el 21 marzo de 547, y fue enterrado en el oratorio de
Montecassino, al lado de los restos de su santa hermana
Escolástica, muerta poco antes. Fue trasladado su cuerpo en el 673
al monasterio de Fleury sur Loire, y en el siglo XI, su abad
concedió algunas reliquias del mismo a los monjes de Montecassino
que habían venido a reclamarlas.
Montecassino y
la regla de San Benito
En las páginas que nos ha dejado S. Gregorio sobre San Benito
y en concreto sobre Montecassino, vemos cómo se desarrollaba
allí la vida monástica. Narra S. Gregorio que S. Benito
trabajaba con sus monjes, sentado a la puerta del monasterio,
orando aun por la noche, gobernando y dirigiendo a sus monjes,
aliviando los sufrimientos de los pobres durante el hambre de
aquellos tiempos calamitosos y recibiendo la visita de
personajes ilustres, como la del rey Totila, al que anunció su
próxima muerte después de echarle en cara sus excesos. Pero
hay un hecho que domina a todos: allí escribió la Regla (modo
de vida que hay que mantener en el monasterio) después de
haber sido vivida y practicada, regla que hizo de él el
legislador de Occidente, pues desplazó a las otras que
entonces se disputaban la hegemonía: |
Monasterio de Montecassino,
Siglo VI. Vista del pórtico principal |
la
de S. Pacomio, la de S. Basilio y la de Casiano. Debió este éxito
a la gran discreción que es su característica, adaptándola a las
condiciones de la vida occidental y a los postulados de tiempo y
lugar.
La Regla consta de un prólogo y 73 capítulos, cuyo contenido
puede clasificarse en cuatro puntos: un código moral, que señala
tres deberes principalmente: abnegación de sí mismo, obediencia y
trabajo; un código litúrgico, que organiza el oficio divino, al
que, dice, no se debe anteponer nada porque es el servicio de
Dios; un código disciplinar, en el que introduce la gran
innovación del voto de estabilidad, que constituye al monasterio
en una familia, en el que suprime las grandes austeridades
corporales de las reglas anteriores y no impone otra norma que la
de evitar la gula y el exceso; y un código político, en el que
establece una autoridad absoluta, permanente y electiva, que se
llama abad. El tiempo de su composición se cree que fue ca. 540,
es decir, hacia el final de su vida.
El Monacato
El monacato es la institución de vida contemplativa en la que
hombres y mujeres buscan la santidad, sujetos a una regla común
que predica la pobreza, la castidad y la obediencia debida al
superior religioso.
Apareció por vez primera en Oriente, tomando gran fuerza en Egipto
en el siglo IV, donde desarrolló sus dos grandes tendencias: la
anacoreta y la cenobítica.
La constitución de la regla de san Basilio Magno (360) sirvió para
unificar en gran medida el cenobitismo en toda la cristiandad
oriental, que en tiempos de Teodosio experimentaría una enorme
expansión.
En Occidente el movimiento monástico fue algo más tardío, aunque
las causas del mismo serían en gran parte iguales a las del
oriental. En un primer momento se intentó una aclimatación de las
prácticas orientales, con su rigorismo y tendencia a la vida
anacorética, no obstante que las condiciones ecológicas y
climáticas eran muy diferentes de las del desierto egipcio.
Sin duda el gran impulsor del monaquismo oriental en las Galias
sería Martín de Tours, que lo desvió hacia modalidades
cenobíticas, con su monasterio de Marmoutier.
San Benito bendiciendo a
san Mauro (detalle), J. Correa del vivar, s. XVI |
Pero sin duda el movimiento monástico de mayor trascendencia para
el futuro sería el iniciado por Benito de Nursia, con la fundación
hacia el 520 del cenobio de Montecassino, tras haber pasado por
una propia experiencia anacorética.
El gran acierto de San Benito y de su Regla, consistió en limitar
el rigorismo ascético del monaquismo occidental, y el adaptarlo a
la realidad del Occidente de la época. Se consideraba a cada
monasterio como una comunidad independiente bajo la autoridad de
un abad. Los monjes no podían, tras haber profesado, abandonar el
monasterio en el que entraron, y estaban obligados por votos de
castidad, pobreza y obediencia a la autoridad del abad. Rasgo
característico de la regla benedictina fue la alternancia y mezcla
de la labor contemplativa o intelectual con la actividad manual,
sobre todo el trabajo en los campos dependientes del monasterio.
De este modo los monasterios benedictinos se convirtieron en
importantes centros productivos, en los que se practicaba una
agricultura más racional y rentable que en la generalidad de los
dominios laicos. La regla en el caso de monasterios de fundación
particular no impedía que la influencia de la familia del fundador
se continuase, mediante la herencia del cargo de abad en su seno.
Además, los monasterios benedictinos se convirtieron pronto en
centros de irradiación cultural y religiosa.
La evangelización de la Gran Bretaña se realizó con una misión
benedictina enviada por el pontífice. Durante la séptima centuria
el movimiento benedictino se extendió por Francia, asimilando las
antiguas fundaciones irlandesas de san Columbano, tomando bajo su
cargo la evangelización de Germania con la misión papal de san
Bonifacio, en la tercera década del siglo VIII.
El monacato y
la evangelización de Europa
Para la evangelización de Europa occidental, la Iglesia tuvo a su
favor una nueva institución surgida a principios del siglo iv: el
monacato; con él hombres y mujeres buscaban la santidad mediante
la vida en común, la pobreza, la castidad y la obediencia debida
al superior religioso.
En Oriente fueron sus promotores san Pacomio y san Basilio el
Grande. En Occidente, el lugar de honor le corresponde a san
Benito.
Otras dos corrientes monásticas se sumaron a la benedictina en
Occidente: una en el ámbito céltico, fruto de la labor de san
Patricio -evangelizador de Irlanda-, y otra en el hispánico, con
reglas dadas por san Fructuoso de Braga y el gran san Isidoro de
Sevilla, que logró la completa cristianización de Hispania.
Desde los monasterios, los monjes realizaron una gran tarea de
evangelización, tanto en los pueblos del entorno como en países
lejanos. Los benedictinos evangelizaron Britania -misión
encomendada por el Papa a san Agustín de Canterbury (596)- y
Germanía -labor especialmente de san Bonifacio (680-754)- mientras
que los monjes irlandeses catequizaron Escocia, Suiza y Lombardía.
Los monasterios fundados por los hijos espirituales de Benito de
Nursia y de otros santos jugaron un papel excepcional en la
salvaguarda de la cultura clásica y de la moral cristiana. Sus
monjes dedicaban gran parte del tiempo al estudio de las lenguas
latina y griega, conservando las obras de los Padres de la Iglesia
junto a la de escritores de la Antigüedad clásica. Copiaron y
conservaron miles de pergaminos, tesoros de la fe y de la
cultura. Además fueron centros de vida ascética y de propagación
de los modelos morales cristianos en unas sociedades recién
convertidas.
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Hertling, Ludwig; Historia de la Iglesia
Orlandis, José; Historia de la Iglesia
Kairos. Religión Católica. 4º ESO. Ed. Casals
www.sbenito.org.ar/vidasb/vidasb.htm
www.corazones.org/santos/benito.htm |