El tercer Concilio de Letrán
surgió para remediar las consecuencias del conflicto y del
prolongado cisma que había enfrentado durante decenios a Federico
I Barbarroja con el Papado, Alejandro III reunió un nuevo Concilio
ecuménico que ratificase solemnemente la paz establecida tras la
derrota imperial en Legnano; en esto se parecía al primer Concilio
de Letrán.
A la llamada del Sumo
Pontífice, se reunieron un millar de padres, de los que habían
venido de Italia de 300 a 400; también vinieron de Francia,
Inglaterra, Escocia, Irlanda, del Sacro Imperio, de España, de
Dalmacia y de los Estados cristianos de Oriente. Abierto el 5
marzo 1179, el Concilio tuvo tres sesiones. Su clausura tuvo lugar
el 22, después de la promulgación de 27 cánones.
Elección del Papa. Para cortar de raíz las posibilidades
de más cismas, el canon I preveía que en el futuro la elección
pontificia había de ser hecha con la mayoría de dos tercios.
Sólo el candidato que hubiera obtenido los dos tercios de los
votos de los cardenales sería el elegido. El que aceptara su
elección como Papa con un número menor de sufragios sería
excomulgado, lo mismo que aquellos que le reconocieran. A
imitación del primer Concilio de Letrán, todas las
ordenaciones y todas las decisiones de los antipapas que había
nombrado Federico, así como las de aquellos a quienes ellos
habían dado algún cargo, fueron anuladas por el canon 2.
La disciplina eclesiástica fue el objeto de la mayor parte
de los restantes cánones. El canon 3 fijó en 30 años la edad
mínima para la consagración episcopal, y precisó que no podría
darse un beneficio con cura de almas sino a partir de los 25
años. Una serie de cánones limitó el séquito de los obispos y
de los prelados en sus desplazamientos, así como los derechos
de albergue que podían exigir de los curas; proscribió los
abusos de la excomunión episcopal contra los clérigos
inferiores, así como los de las apelaciones de los clérigos
inferiores contra su obispo.
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Alejandro III |
Tres
cánones se referían al otorgamiento de los beneficios. El
uno prohibía la promesa de un beneficio antes de la muerte de su
titular; el otro, el cúmulo; el tercero prohibía aceptar un
beneficio de manos de un laico. Del mismo modo, se repitieron los
cánones contra la simonía, el nicolaísmo, el duelo y la usura. Por
su alcance doctrinal, dos cánones merecen retener particularmente
nuestro interés. El canon 18 recordaba que debía ser consagrada
una renta suficiente en cada iglesia catedral para el
mantenimiento de un maestro de escuela, encargado de la
instrucción de los clérigos y de los niños pobres. Esta medida se
extendía a todas las iglesias y a todos los monasterios en donde
había existido ya una escuela. De este modo, después del
restablecimiento de la disciplina, el concilio se cuidaba de la
formación intelectual de los clérigos. Por otra parte, los Padres
se daban cuenta de los riesgos de las desviaciones doctrinales.
El
canon 27 condenó por primera vez la herejía de los cátaros
y decretó contra ellos la excomunión, la confiscación de sus
bienes y la guerra santa. Pero estaba reservado al siguiente
concilio el definir oficialmente la doctrina de la Iglesia contra
el catarismo y el dar toda la amplitud que el desarrollo de la
herejía necesitaba para su desaparición.
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
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