Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2007/08

AÑOS 1378-1417/  CISMA DE OCCIDENTE Y CONCILIO DE PISA

Fernando Goena

                                                                                                                

 

El último de los papas de Aviñón, Gregorio XI, murió después de su vuelta a Roma. Inmediatamente se produjo un levantamiento popular: los romanos querían a toda costa imponer a los 16 cardenales presentes, de los que 10 eran franceses, la elección de un Papa italiano. ¿Influyó esta agitación en los votos del cónclave haciéndolo nulo? Es una cuestión de la que se ha hablado mucho. Los cardenales eligieron a un napolitano, al arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI.

Urbano VI

 El nuevo Papa se reveló pronto como un «hombre terrible, que espantaba a las gentes con sus actos y con sus palabras»; acusó con vehemencia a los cardenales franceses que abandonaron Roma; éstos desde Agnani intimaron a Urbano, calificándole de anticristo y apóstata, a que abdicara. Animados por el rey de Francia, los cardenales franceses tuvieron un nuevo cónclave en Fondi y por unanimidad eligieron a Roberto de Génova, que tomó el nombre de Clemente VII

Los cristianos se encontraban así frente a dos personas que se proclamaban Papas. Los reinos de Europa optaron por uno u otro Papa, fijándose más en cuestiones políticas que religiosas.

Los franceses optaron sin dudar por Clemente VII que regresó a Aviñón. En cambio los ingleses, los alemanes y los italianos siguieron fieles a Urbano VI.  Los tres Reinos españoles, Castilla, Aragón y Navarra, se pusieron, tras largos titubeos, de parte del antipapa. Portugal vaciló. Italia, Hungría, Polonia y los estados nórdicos siguieron con Urbano VI. Muy confusa quedó la situación del reino de Nápoles; su soberana, la reina Juana I, se declaró por Clemente VII; fue combatida y vencida por su sobrino Carlos Durazzo, pero por último Carlos mismo se enemistó con Urbano VI, cuyas órdenes había seguido. Los disturbios napolitanos absorbieron excesivamente las energías del Papa y le exacerbaron su irritabilidad. Incluso el Papa se enajenó a favor de varios cardenales italianos; dos pasaron al bando del antipapa. Así surgen las dos obediencias, en cuyos límites influyen las alianzas políticas.

Los dos Papas, persuadido cada uno de su derecho, no concebían la unión si no era obteniendo la deposición de aquel al que consideraba usurpador. Los dos Papas reorganizaron su administración, nombraron cardenales; en pocas palabras, hicieron todo lo posible para perpetuar el cisma.

Urbano VI murió en 1389 y los 14 cardenales que le habían sido fieles eligieron en seguida a Bonifacio IX quien, de carácter amable aunque débil, recuperó en Italia el terreno perdido.

 A la muerte de Clemente VII, los cardenales, a pesar de la prohibición de los reyes de Francia y Aragón, eligieron unánimemente a Pedro de Luna que tomó el nombre de Benedicto XIII. Era hábil, autoritario, inteligente, pero demasiado obstinado, demasiado seguro de sí mismo y de su causa; con ello, hacía desaparecer toda esperanza de unión.

Cuando fue elegido Benedicto XIII existía una tendencia fuerte contra la nueva elección. Desde mucho tiempo atrás se había formado en muchos la convicción de que no podía durar más la lucha entre dos Papas. Acreditados maestros de la universidad de París, primeramente dos alemanes, Enrique de Langenstein y Conrado de Gelnhausen, no obstante la sumisión de la universidad formada por el rey, a Clemente VII, se habían manifestado en escritos por la convocación de un Concilio general, si era necesario incluso sin el Papa, como medio de abrir un camino. Ambos tuvieron que dejar Paris y marchar con muchos discípulo uno a Viena y otro a Heidelberg. Tres eran los caminos que se proponía “ la vía cessionis”, o sea la renuncia de ambos Papas, con lo que podría ser elegido uno nuevo, reconocido por todos; la “ via compromissi” o voluntaria sumisión de ambos papas a la decisión arbitral, y la “ via concilii”, convocatoria de un concilio general sin el Papa.

En 1404 murió Bonifacio. Se esperaba que en Roma no se efectuase ninguna nueva elección. Esta tuvo lugar, sin embargo. Fue elegido el cardenal Cósimo de Migliorati como Inocencio VII (1404-1406). Había prometido, como los otros cardenales del conclave, hacer todo por la unión, en caso de elección, y, eventualmente, abdicar. Pero no obstante su buena voluntad, las cosas no fueron adelante en su corto pontificado.

Tras su muerte, se adoptó en el cónclave una capitulación electoral todavía mas rigurosa, que obligaba al nuevo papa a participar a toda la cristiandad, en el plazo de un mes, que estaba dispuesto al sacrificio de la renuncia y a enviar en el espacio de tres meses legados al papa de Avignon para iniciar con él un arreglo pacífico. El así elegido Papa Gregorio XII (1406-1415), Angelo Correr actuó conforme con lo prometido. Partieron los enviados a Benedicto XIII. Pero respecto al lugar en que debía celebrarse la entrevista personal, surgió la desconfianza, porque Savona, primeramente designado, pertenecía al territorio sometido a la obediencia de Benedicto, y voces influyentes, entre las cuales estaban las del rey alemán Wenceslao y su hermano Segismundo prevenían que allí era de temer el influjo del rey francés. Gregorio XII retrocedió, pero pago esto en 1408 con la defección de todos los cardenales. Estos marcharon a Pisa y en una memoria dirigida a los príncipes apelaron del “vicario de Cristo a Cristo mismo” y a un concilio general. Rápidamente el pensamiento del concilio prevaleció no solo entre los partidarios de Gregorio XII, sino también en los de Benedicto XIII. Como éste se resistiera, tuvo que dejar Francia. Se pudo bajo la protección del rey de Aragón. Solamente Escocia y España siguieron a su lado.

El Concilio de Pisa

Después de treinta años del llamado Cisma de Occidente, la cristiandad busca con impaciencia el camino hacia la unidad. La fallida entrevista de Savona probó que ninguno de los dos Papas rivales, ni Benedicto XIII, ni Gregorio XII, querían ceder absolutamente en sus derechos. El rey de Francia, Carlos VI, manifiesta la opinión del clero y los universitarios al indicar que el único recurso para lo sucesivo es «retirar toda obediencia a los contendientes». Conscientes del peligro, los seis cardenales de Aviñón se reúnen en Pisa con nueve cardenales romanos para preparar la reunión de un concilio. Son apoyados por Florencia, por Francia, por las universidades; animados por Pedro Philarges; justificados por el tratado del gran canonista Zabarella, Portugal y Navarra adoptan, con algunas dudas por parte de Navarra, la postura francesa, mientras que Castilla es reticente y Aragón, fiel a Benedicto XIII, es abiertamente hostil.

Los cardenales (y no el concilio, pese al deseo de muchos de los Padres) eligieron, el 26 de jun., al Card. Philarges, quien tomó el nombre de Alejandro V y manifestó en seguida respecto a la Universidad de París un gran espíritu de conciliación. Alejandro V moriría el año siguiente, siendo reemplazado por Juan XXIII, quien, por su carácter y sus torpezas, cooperó a justificar la lamentable reputación de los «papas de Pisa».

Efectivamente, ni Benedicto XIII ni Gregorio XII habían renunciado a sus pretensiones y, lejos de restablecer la unidad, el concilio terminó creando una tercera obediencia.

 

 Bibliografía

Gran Enciclopedia Rialp

Orlandis, José; Historia de la Iglesia