Para muchos, la salvación
de la Iglesia sólo podía venir del Emperador, que era el único con
poder para convocar un concilio ecuménico en lugar del Papa.
Segismundo, elegido rey de los romanos en 1410, soñaba con
desempeñar esta función. Designó la ciudad de Constanza para que
fuera el lugar de cita de la cristiandad el 1 de noviembre de
1414. Una vez reunida la asamblea, todo se puso a discusión:
derechos del concilio, del Papa, del Emperador, organización de
los escrutinios (individualmente o por «nación»), reforma de la
Iglesia, etc.
Juan XXIII, el único de
los tres Papas que estaba presente, se enemistó pronto con
Segismundo y en vez de abdicar, huyó de noche disfrazado. Fue
destituido, arrestado y hecho prisionero (29 mayo 1415).. En
cuanto a Gregorio XII hizo leer un decreto de convocación del
concilio de Constanza (cuya legitimidad confirmaba de esta manera)
ante Segismundo y renunció al pontificado. |
Benedicto XIII |
Quedaba por convencer
Benedicto XIII. Segismundo viajó a Perpiñán para encontrarse con
él, pero no pudo vencer su intransigencia. Esto determinó a
Castilla, a Navarra y, menos claramente, a Aragón a abandonarle y
comparecer ante el concilio, en el cual estuvieron representadas
desde entonces cinco naciones: la italiana, la francesa, la
alemana, la inglesa y la española. Benedicto XIII fue, por fin,
depuesto el 26 jul. 1417 como «cismático y hereje».
Entretanto, los Padres de
Constanza estaban empeñados en la realización de la reforma de la
Iglesia «en su cabeza y en sus miembros». Para conseguirlo habían
proclamado de antemano la superioridad del concilio sobre el Papa
y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el Papa ni
sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium.
En el concilio también se
censuraron los escritos de Wicklef, el proceso y la condenación de
Juan Huss y de jerónimo de Praga. Se votaron cinco Decretos de
reforma, del que sólo uno tenía una gran importancia: el Decreto
Frequens, que imponía la celebración obligatoria del
concilio cada 10 años.
Otón Colonna fue elegido
Papa casi unánimemente y tomó el nombre de Martín V. Se abría la
vía para restablecer la unidad en la Iglesia.
Sin embargo, seguían
existiendo muchas dificultades: Benedicto XIII resistía aún en
Peñíscola; la prometida reforma seguía pendiente; en fin,
persistía en la Iglesia un espíritu de rebelión y libre examen.
Más o menos sostenido por
el rey de Aragón y por el conde de Armagnac, Benedicto XIII
permanecía irreductible. Después de su muerte fue elegido Gil
Muñoz, que se hizo llamar Clemente VIII y no renunció a su
pretendido pontificado hasta 1429; posteriormente fue nombrado
obispo de Mallorca.
El deseo de reforma
estaba en todos los espíritus y el concilio se preocupó de ella en
1418, pero para él se trataba sobre todo de reformar las prácticas
de la Curia romana. Martín V negoció separadamente con cada nación
y los concordatos que estableció con ellas dieron comienzo a una
nueva política, pero aún quedaba mucho por hacer.
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Neuss, Wilhem; La Iglesia en al Edad Media.
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