Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2008/09

AÑO 1662   /   REFORMA DEL CARMELO POR SANTA TERESA DE JESÚS

Ismael García

                                                                                                                

 

Teresa de Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz de Ahumada, nació en Ávila el 28 marzo 1515.

Su temperamento era eufórico y entrañable. Su fogosidad arrolladora se demostró ya desde los siete años, en que huyó, persuadiendo a su hermano Rodrigo a ir a tierra de moros a que los descabezasen por Cristo. Los detuvo en la marcha su tío Francisco Alvarez de Cepeda «a la puente del Adaja» y los volvió a casa. Con el mismo ardor se dio luego con otros niños a obras de piedad y ejercicios de devoción, como si fuesen ermitaños. La pubertad enfrió sus sentimientos; cultivó sus encantos naturales, comenzó a leer apasionadamente libros de caballerías y probó los primeros amoríos. En aquella época murió su madre, Beatriz, y ella, afligida y sola, acudió a una imagen de la Virgen para que «fuese su madre».

Teresa de Jesús

Por apartarla de aquellos caminos la recluyó su padre en las Agustinas de Gracia, y el trato con la monja María de Briceño la volvió a «la verdad de cuando niña» y planteó su vocación a fuerza de razones. Ante la negativa de su padre, se fugó al convento de la Encarnación de Ávila, acompañada de su hermano Juan, el 2 noviembre 1535, y al año siguiente tomó el hábito.

En el convento se centró en seguida y jamás dudó en adelante de su vocación. Al poco de profesar enfermó y, desahuciada de los médicos, quiso su padre que la curase una curandera de Becedas, adonde fue en el otoño de 1538. Se detuvo en Hortigosa, donde moraba su tío Pedro de Cepeda, que la obsequió con el libro de fray Francisco de Osuna, Tercer Abecedario. Fue providencial. «No sabía, -dice ella- cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y ansí holguéme mucho con él y determiné a seguir aquel camino con todas mis fuerzas». Las curas fueron horribles y la deshidrataron, crispando sus nervios y músculos. Los síntomas eran alarmantes: ataques de corazón espantosos, que creyeron era rabia. En julio 1539 su padre la volvió a Ávila desesperanzado. El 15 agosto cayó en coma profundo, que duró casi cuatro días; todos la tenían por muerta; la envolvieron en una sábana para enterrarla y le cerraron los ojos con cera. Sólo su padre se obstinaba en que «aquella hija no era para enterrar». Al fin despertó delirando y anunciando cosas venideras. Quedó paralítica. Tres años más tarde no podía aún andar. La curación fue un favor atribuido a S. José, y desde entonces se dedicó a propagar su devoción.

Experiencias místicas

Siguió una época de apatía espiritual, aunque no dejaba la oración, poniendo en ello todo su ánimo. Era dificultad de técnica. No comprendía que pudiese írsele la imaginación y tener su voluntad clavada en la búsqueda de Dios. El forcejeo duró 18 años, gustando experiencias místicas de tipo pasajero. La tenacidad que la mantuvo en sus propósitos se hizo al fin definitiva con su «conversión» ante una imagen de Cristo muy llagada. Sustituyó su propia perfección por el amor desinteresado a Dios, abandonándose a Él, y terminaron sus inquietudes espirituales. Tenía 39 años.

 Sus primeros confidentes, Francisco de Salcedo y Gaspar Daza, resolvieron que «a todo su parecer de entrambos era demonio». La consoló el joven jesuita Diego de Cetina, que la indujo a pensar sobre la Humanidad de Cristo. S. Francisco de Borja confirmó la misma dirección y le dijo que no resistiese. Bajo la orientación de otro jesuita, Juan de Prádanos, recibió la merced del «desposorio espiritual» en la Pascua de 1556, convirtiéndose en honda vivencia personal estas palabras: «Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles».

 La multiplicación de sus mercedes místicas, sin embargo, obligaron a su director, Baltasar Álvarez, a decirle «que todos se determinaron en que era demonio, que no comulgase tan a menudo». La respuesta de «su Cristo» fue la merced de la transverberación, que a partir de entonces recibió repetidas veces, con una serie inequívoca de arrobos que ponían en evidencia el contraste entre los juicios de Dios y los de los hombres. En agosto de 1560 intervino S. Pedro de Alcántara que la confortó.

El 20 de septiembre de 1582 llegó  a Alba de Tormes muy enferma. El 1 de octubre se acostó y no se levantó más. El 3, a las cinco de la tarde, recibió el viático. El 4, a las siete de la mañana, perdió el habla, se echó de un lado en silencio, y a las nueve de la noche, con sonrisa inefable, expiró. Por la corrección del calendario, el día siguiente era 15 de octubre.

El 22 marzo 1622 fue canonizada por Gregorio XV,

El 27 septiembre 1970 fue declarada por Paulo VI Doctora de la Iglesia. Se celebra su fiesta el 15 de octubre.

 

Reforma del Carmelo

La Orden del Carmelo había venido a menos, como tantas otras órdenes religiosas, en el rigor de sus primeros tiempos.

Santa Teresa ingresó en la Orden del Carmelo con la vigencia de la última regla, y su intento fue poner en vigor la aprobada por el Papa Inocencio IV, es decir, devolver a la Orden carmelitana su brillo y esplendor a través de su austeridad.

En esto consistió la reforma del Carmelo. No era tarea sencilla, sino dificilísima, y para la que se requerían unas dotes excepcionales de virtud e inteligencia. Había que imprimir un nuevo espíritu en la regla, y los estados de ánimo no se imponen. Tuvo que vencer insuperables obstáculos, en los que se vio bien patente la mano de Dios. Para estas reformas no valen palabras ni recomendaciones; vale, como la santa hizo, fiarlo todo en Dios, andar mucho por esos campos de España y luchar con un encendido tesón de iluminada, soportando la burla, la envidia, la calumnia, la mentira.

Convento San José de Ávila

Las fundaciones

En el año 1562 fundó el convento de San José de Ávila. Es ésta su primera fundación, "su casa", pues, aunque todas tienen su espíritu, su sello, San José de Ávila es el convento desde donde salió para todas sus grandes tareas y adonde tornaba, rendida, fatigada, a recobrar ánimo y fuerzas. El convento de San José de Ávila fue el trampolín, el eje de sus reformas. Estaba entonces constituido por doce religiosas. La nueva Comunidad tomó la primera regla, de gran austeridad; era como una experimentación de las ansias reformadoras de la santa madre. Como se temía, esta nueva fundación, que vivía un régimen de extremada pobreza y se mantenía con limosnas, levantó un verdadero alboroto en la ciudad, pues veía menguadas sus rentas en nuevas donaciones. Tanto es así que esta su primera fundación se vio en peligro de desaparecer.

  En abril de 1567 pasó por Ávila el generalísimo de la Orden, Juan Bautista Rubeo de Rávena. Vio la nueva fundación y quedó tan prendado que mandó fundase tantos conventos como pelos tenía en su cabeza, permitiéndole sacar para ello monjas voluntarias de la Encarnación. También le otorgó licencia para fundar, con alguna reserva, dos casas de contemplativos, para que hubiese frailes reformados de la misma Orden. Comenzó como un torrente su actividad fundacional. El 15 agosto 1567 fundaba en Medina del Campo; el 1 abril 1568 inauguraba otro convento en Malagón. La cuarta fundación fue el 15 agosto 1568 en Valladolid, eligiendo de paso un sitio que le daban en Duruelo para frailes descalzos, que fundaron el 28 noviembre del mismo año 1568. El 14 mayo 1569 fundó la quinta en Toledo, y el 23 de junio la sexta en Pastrana, por insistencia de la princesa de Éboli, fundando, además, otro convento para frailes descalzos, convertido en noviciado general de la Reforma. La séptima fue en Salamanca, el 1 noviembre 1570; y la octava en Alba de Tormes en 1571.

Se cerró así su primera fase fundacional, por haber sido nombrada priora del convento de la Encarnación, donde tomó posesión entre un griterío infernal de protestas de las monjas, que pocos días después se le rindieron y acataron su reforma con tanta perfección como su propio convento de S. José. En 1573 el P. jerónimo Ripalda, jesuita, le ordenó escribir el Libro de las fundaciones, que comenzó entonces y proseguiría hasta el fin de su vida, según iba fundando. La novena fundación fue el 19 de marzo en Segovia, para recoger a las religiosas de Pastrana, a las que la princesa de Éboli les hacía la vida imposible, después del fallecimiento de su marido, el príncipe Ruy Gómez de Silva, pretendiendo ser ella descalza sin dejar de ser princesa. La décima fue en Beas, el 24 febrero 1575. Allí encontró al P. Gracián, visitador apostólico, que le ordenó, como tal, que fuese a fundar en Sevilla. Por renuencia del arzobispo se retrasó la fundación un año; mientras tanto, Ana de S. Alberto hizo en su nombre la de Caravaca (1 en. 1576), que fue la undécima, y por fin, la de Sevilla, que fue la duodécima, se celebró solemnísimamente el 3 jun. 1576. Al día siguiente de madrugada partió, castigada por el generalísimo del Carmen, para recogerse en el convento de Toledo «a manera de cárcel», y luego en el de Ávila (jul. 1577). Durante su retiro en Toledo escribió Visita de descalzas, parte de las Fundaciones, y su obra cumbre Las Moradas, que concluyó en Ávila.

La decimotercera fundación tuvo lugar el 25 febrero 1580 en Villanueva de la jara, en la casa de las «nueve beatas». Fue en Palencia la decimocuarta, donde era obispo Álvaro de Mendoza, el 29 diciembre 1580. De allí fue conducida honrosamente a Soria, donde fundó la decimoquinta el 3 junio 1581. La última, la de Burgos, fue la más difícil. Partió en enero, y no la concluyó hasta el 19 abril 1582, mientras Ana de Jesús, delegada por ella, fundaba en Granada (20 en. 1582) en compañía de S. Juan de la Cruz. En total fueron diecisiete sus fundaciones.

 

Bibliografía

Libro de Religión Católica. Kairos. 4º ESO. Casals