Teresa de Ahumada,
hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz de Ahumada,
nació en Ávila el 28 marzo 1515.
Su temperamento era
eufórico y entrañable. Su fogosidad arrolladora se demostró ya
desde los siete años, en que huyó, persuadiendo a su hermano
Rodrigo a ir a tierra de moros a que los descabezasen por
Cristo. Los detuvo en la marcha su tío Francisco Alvarez de
Cepeda «a la puente del Adaja» y los volvió a casa. Con el
mismo ardor se dio luego con otros niños a obras de piedad y
ejercicios de devoción, como si fuesen ermitaños. La pubertad
enfrió sus sentimientos; cultivó sus encantos naturales,
comenzó a leer apasionadamente libros de caballerías y probó
los primeros amoríos. En aquella época murió su madre,
Beatriz, y ella, afligida y sola, acudió a una imagen de la
Virgen para que «fuese su madre». |
Teresa de Jesús |
Por apartarla de
aquellos caminos la recluyó su padre en las Agustinas de Gracia, y
el trato con la monja María de Briceño la volvió a «la verdad de
cuando niña» y planteó su vocación a fuerza de razones. Ante la
negativa de su padre, se fugó al convento de la Encarnación de
Ávila, acompañada de su hermano Juan, el 2 noviembre 1535, y al
año siguiente tomó el hábito.
En el convento se
centró en seguida y jamás dudó en adelante de su vocación. Al poco
de profesar enfermó y, desahuciada de los médicos, quiso su padre
que la curase una curandera de Becedas, adonde fue en el otoño de
1538. Se detuvo en Hortigosa, donde moraba su tío Pedro de Cepeda,
que la obsequió con el libro de fray Francisco de Osuna, Tercer
Abecedario. Fue providencial. «No sabía, -dice ella- cómo proceder
en oración ni cómo recogerme, y ansí holguéme mucho con él y
determiné a seguir aquel camino con todas mis fuerzas». Las curas
fueron horribles y la deshidrataron, crispando sus nervios y
músculos. Los síntomas eran alarmantes: ataques de corazón
espantosos, que creyeron era rabia. En julio 1539 su padre la
volvió a Ávila desesperanzado. El 15 agosto cayó en coma profundo,
que duró casi cuatro días; todos la tenían por muerta; la
envolvieron en una sábana para enterrarla y le cerraron los ojos
con cera. Sólo su padre se obstinaba en que «aquella hija no era
para enterrar». Al fin despertó delirando y anunciando cosas
venideras. Quedó paralítica. Tres años más tarde no podía aún
andar. La curación fue un favor atribuido a S. José, y desde
entonces se dedicó a propagar su devoción.
Experiencias
místicas |
Siguió una época de
apatía espiritual, aunque no dejaba la oración, poniendo en
ello todo su ánimo. Era dificultad de técnica. No comprendía
que pudiese írsele la imaginación y tener su voluntad clavada
en la búsqueda de Dios. El forcejeo duró 18 años, gustando
experiencias místicas de tipo pasajero. La tenacidad que la
mantuvo en sus propósitos se hizo al fin definitiva con su
«conversión» ante una imagen de Cristo muy llagada. Sustituyó
su propia perfección por el amor desinteresado a Dios,
abandonándose a Él, y terminaron sus inquietudes espirituales.
Tenía 39 años.
Sus primeros
confidentes, Francisco de Salcedo y Gaspar Daza, resolvieron
que «a todo su parecer de entrambos era demonio». La consoló
el joven jesuita Diego de Cetina, que la indujo a pensar sobre
la Humanidad de Cristo. S. Francisco de Borja confirmó la
misma dirección y le dijo que no resistiese. Bajo la
orientación de otro jesuita, Juan de Prádanos, recibió la
merced del «desposorio espiritual» en la Pascua de 1556,
convirtiéndose en honda vivencia personal estas palabras: «Ya
no quiero que tengas conversación con hombres, sino con
ángeles». |
La multiplicación de
sus mercedes místicas, sin embargo, obligaron a su director,
Baltasar Álvarez, a decirle «que todos se determinaron en que era
demonio, que no comulgase tan a menudo». La respuesta de «su
Cristo» fue la merced de la transverberación, que a partir de
entonces recibió repetidas veces, con una serie inequívoca de
arrobos que ponían en evidencia el contraste entre los juicios de
Dios y los de los hombres. En agosto de 1560 intervino S. Pedro de
Alcántara que la confortó.
El 20 de septiembre de
1582 llegó a Alba de Tormes muy enferma. El 1 de octubre se
acostó y no se levantó más. El 3, a las cinco de la tarde, recibió
el viático. El 4, a las siete de la mañana, perdió el habla, se
echó de un lado en silencio, y a las nueve de la noche, con
sonrisa inefable, expiró. Por la corrección del calendario, el día
siguiente era 15 de octubre.
El 22 marzo 1622 fue
canonizada por Gregorio XV,
El 27 septiembre 1970
fue declarada por Paulo VI Doctora de la Iglesia. Se celebra su
fiesta el 15 de octubre.
Reforma del Carmelo
La
Orden del Carmelo había venido a menos, como tantas otras órdenes
religiosas, en el rigor de sus primeros tiempos.
Santa
Teresa ingresó en la Orden del Carmelo con la vigencia de la
última regla, y su intento fue poner en vigor la aprobada por el
Papa Inocencio IV, es decir, devolver a la Orden carmelitana su
brillo y esplendor a través de su austeridad.
En esto
consistió la reforma del Carmelo. No era tarea sencilla, sino
dificilísima, y para la que se requerían unas dotes excepcionales
de virtud e inteligencia. Había que imprimir un nuevo espíritu en
la regla, y los estados de ánimo no se imponen. Tuvo que vencer
insuperables obstáculos, en los que se vio bien patente la mano de
Dios. Para estas reformas no valen palabras ni recomendaciones;
vale, como la santa hizo, fiarlo todo en Dios, andar mucho por
esos campos de España y luchar con un encendido tesón de
iluminada, soportando la burla, la envidia, la calumnia, la
mentira.
Convento San
José de Ávila |
Las
fundaciones
En el
año 1562 fundó el convento de San José de Ávila. Es ésta su
primera fundación, "su casa", pues, aunque todas tienen su
espíritu, su sello, San José de Ávila es el convento desde
donde salió para todas sus grandes tareas y adonde tornaba,
rendida, fatigada, a recobrar ánimo y fuerzas. El
convento de San José de Ávila fue el trampolín, el eje de sus
reformas. Estaba entonces constituido por doce religiosas. La
nueva Comunidad tomó la primera regla, de gran austeridad; era
como una experimentación de las ansias reformadoras de la
santa madre. Como se temía, esta nueva fundación, que vivía un
régimen de extremada pobreza y se mantenía con limosnas,
levantó un verdadero alboroto en la ciudad, pues veía
menguadas sus rentas en nuevas donaciones. Tanto es así que
esta su primera fundación se vio en peligro de desaparecer.
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En
abril de 1567 pasó por Ávila el generalísimo de la Orden, Juan
Bautista Rubeo de Rávena. Vio la nueva fundación y quedó tan
prendado que mandó fundase tantos conventos como pelos tenía en su
cabeza, permitiéndole sacar para ello monjas voluntarias de la
Encarnación. También le otorgó licencia para fundar, con alguna
reserva, dos casas de contemplativos, para que hubiese frailes
reformados de la misma Orden. Comenzó como un torrente su
actividad fundacional. El 15 agosto 1567 fundaba en Medina del
Campo; el 1 abril 1568 inauguraba otro convento en Malagón. La
cuarta fundación fue el 15 agosto 1568 en Valladolid, eligiendo de
paso un sitio que le daban en Duruelo para frailes descalzos, que
fundaron el 28 noviembre del mismo año 1568. El 14 mayo 1569 fundó
la quinta en Toledo, y el 23 de junio la sexta en Pastrana, por
insistencia de la princesa de Éboli, fundando, además, otro
convento para frailes descalzos, convertido en noviciado general
de la Reforma. La séptima fue en Salamanca, el 1 noviembre 1570; y
la octava en Alba de Tormes en 1571.
Se cerró así su primera
fase fundacional, por haber sido nombrada priora del convento de
la Encarnación, donde tomó posesión entre un griterío infernal de
protestas de las monjas, que pocos días después se le rindieron y
acataron su reforma con tanta perfección como su propio convento
de S. José. En 1573 el P. jerónimo Ripalda, jesuita, le ordenó
escribir el Libro de las fundaciones, que comenzó entonces y
proseguiría hasta el fin de su vida, según iba fundando. La novena
fundación fue el 19 de marzo en Segovia, para recoger a las
religiosas de Pastrana, a las que la princesa de Éboli les hacía
la vida imposible, después del fallecimiento de su marido, el
príncipe Ruy Gómez de Silva, pretendiendo ser ella descalza sin
dejar de ser princesa. La décima fue en Beas, el 24 febrero 1575.
Allí encontró al P. Gracián, visitador apostólico, que le ordenó,
como tal, que fuese a fundar en Sevilla. Por renuencia del
arzobispo se retrasó la fundación un año; mientras tanto, Ana de
S. Alberto hizo en su nombre la de Caravaca (1 en. 1576), que fue
la undécima, y por fin, la de Sevilla, que fue la duodécima, se
celebró solemnísimamente el 3 jun. 1576. Al día siguiente de
madrugada partió, castigada por el generalísimo del Carmen, para
recogerse en el convento de Toledo «a manera de cárcel», y luego
en el de Ávila (jul. 1577). Durante su retiro en Toledo escribió
Visita de descalzas, parte de las Fundaciones, y su obra cumbre
Las Moradas, que concluyó en Ávila.
La decimotercera
fundación tuvo lugar el 25 febrero 1580 en Villanueva de la jara,
en la casa de las «nueve beatas». Fue en Palencia la decimocuarta,
donde era obispo Álvaro de Mendoza, el 29 diciembre 1580. De allí
fue conducida honrosamente a Soria, donde fundó la decimoquinta el
3 junio 1581. La última, la de Burgos, fue la más difícil. Partió
en enero, y no la concluyó hasta el 19 abril 1582, mientras Ana de
Jesús, delegada por ella, fundaba en Granada (20 en. 1582) en
compañía de S. Juan de la Cruz. En total fueron diecisiete sus
fundaciones.
Bibliografía
Libro de Religión Católica. Kairos. 4º ESO. Casals
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