Últimas Cruzadas
Los sucesos ocurridos en torno a la cuarta Cruzada hicieron que la Iglesia perdiera todo interés en seguir auspiciando el envío de ejércitos al Este para defender los Santos Lugares. Hubieron de pasar casi diez años para que se proclamará una nueva Cruzada. La V Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III. Como la IV Cruzada tenía como objetivo conquistar Egipto, verdadero centro de poder en la zona. Tras el éxito inicial de la conquista de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la supervivencia de los estados francos, a los cruzados les pudo la ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado.
La VII Cruzada surgió de la mano del rey de Francia, Luis IX. El haber perdido Jerusalén le pareció algo aterrador y fue por eso que en 1248 proclamó que reclutaría un gran ejército que reforzaría la lucha contra el infiel, aunque aparte de él, prácticamente nadie estaba interesado en tal lucha. Recordando lo realizado durante la quinta Cruzada, se dirigió hacia Egipto y volvió a capturar Damietta. Pero cuando nuevamente los egipcios propusieron cambiar la fortaleza por Jerusalén, Luis, olvidando el error antes cometido, se negó a aceptar el trato y continuó Nilo arriba. La historia se repitió en cada detalle. El ejército fue emboscado, destruido, y todos sus líderes tomados prisioneros. En Francia, la reina madre tuvo que llenar al pueblo de impuestos para pagar el rescate que los musulmanes cobraban por el rey, quien pudo finalmente regresar a su patria en 1254. Fue un final trágico para la campaña militar. Vuelto a Francia, el mismo rey emprendió la llamada VIII Cruzada (1269). Todos sus allegados lo tomaron por loco y se negaron a colaborar esta vez. Pero el continuó y zarpó hacia Oriente. Hizo una parada en Túnez, donde cayó gravemente enfermo y finalmente murió. Con el murió también el último resto de entusiasmo por el movimiento cruzado. Tiempos oscuros se iniciaban para quienes defendían los últimos reductos de los caballeros de la cristiandad en Tierra Santa, y la falta de apoyo proveniente de Occidente los sumiría pronto en la desesperación. El mundo islámico atacaba cada vez con mayor fuerza bajo la dirección de un nuevo líder: Baybars, que se lanzó contra los cruzados. Estos, en su mayoría templarios y hospitalarios, hicieron lo que estuvo en sus manos para evitar la aniquilación total, pero, abandonados como estaban por el resto de sus correligionarios, era como si lucharan con las manos atadas. Fortaleza tras fortaleza fueron cayendo en manos enemigas, ya fuera por asalto, ya fuera porque se abandonaban al necesitarse los miembros de su guarnición en otro lugar. En 1291, agotados hasta el fin, los soldados que custodiaban la ciudad de Acre, principal centro cristiano en Tierra Santa durante el siglo XIII, montaron en los barcos que había en el puerto y retornaron a Occidente. |